Stefan Prum: pasión, talento y suerte

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Stefan Prum: pasión, talento y suerte

La vida de una persona merece ser recordada por la trascendencia de sus acciones y el legado que nos hereda. Stefan Prum, un virtuoso en la interpretación musical, nació para cumplir su destino de convertirse en uno de los mejores violinistas de su época a pesar de la adversidades que tuvo que atravesar durante la Segunda Guerra Mundial.

Alberto y Arturo Prum nos relatan la vida y obra de su padre, invitados por la fundación Instrumentos de la Esperanza la cual salvaguarda el violín que un día perteneció a Prum junto con otros instrumentos musicales de judíos que también vivieron el Holocausto.

Prum nació en 1907 en Dobrzyn, su padre era el único panadero de la ciudad y su buena posición económica le permitió brindar una educación de calidad a sus hijos. Stefan estudió durante 12 años en el conservatorio de Torun las carreras de músico, interpretación del violín y dirección orquestal.

Tras su titulación fue calificado como “otro violinista judío mediocre” según la prensa antisemita polaca. Poco después de su graduación obtuvo medalla de oro por su impecable interpretación en el importante concurso de violines en Bruselas.

Así fue como logró silenciar los juicios negativos que la prensa le impuso en su natal Polonia. Ese fue el inicio de su trayectoria en el mundo de la música. Después de contraer nupcias con Hanna quien permaneció a su lado hasta el final de su vida, fue invitado a integrarse como concertino en la Orquesta Filarmónica de Varsovia hasta la invasión alemana en 1939.

Los nazis establecieron en Varsovia un gueto para confinar a todos los judíos de la ciudad, incluyendo a Stefan y a Hanna.

Dentro del gueto tuvo la oportunidad de seguir tocando el violín y de cobrar algunos centavos por la música que interpretaba. Pero la vida en el gueto era muy miserable y el poco dinero ganado no era suficiente para su sobrevivencia. Afortunadamente la pareja consiguió la ayuda de la sirvienta polaca que trabajaba con los papás de Hanna para que periódicamente les diera comida de contrabando a través de pequeños orificios en las paredes del gueto.

Gracias a que Stefan y Hanna eran jóvenes y fuertes fueron seleccionados por los alemanes para trabajar en una fábrica de armamentos que estaba afuera del gueto. Durante el día ambos salían a trabajar a la fábrica de armas junto con un grupo de judíos que también tenían un permiso especial y por las tardes el mismo grupo regresaba al gueto. Los alemanes eran muy estrictos y estaban al pendiente que nadie se escapara en ningún momento. Hacían conteos constantes para asegurar que el grupo permaneciera unido y completo.

Un día Stefan y Hanna decidieron escapar, pues consideraban que la vida en el gueto era insoportable de vivir. Sabían que era una misión muy arriesgada de vida o muerte, ya que si fallaban serían aniquilados por los nazis. Para ello, después de la jornada laboral ambos permanecieron escondidos en la fábrica de armas y casualmente esa tarde, los alemanes no contaron a los judíos que salieron de la fábrica por lo que no se dieron cuenta que faltaban 2 personas y regresaron al gueto dejando en el interior del recinto a los fugitivos.

Ya entrada la noche, Stefan encontró un hoyo en la pared de la fábrica y pudieron salir por allí. Después de mucho caminar y absortos en cansancio encontraron un jardín alejado de la ciudad en el que durmieron esa noche. Al día siguiente, despertaron y se dieron cuenta que en realidad habían dormido en un cementerio rodeado de tumbas.

Stefan y Hanna buscaron ayuda de sus amigos polacos quienes estuvieron dispuestos a arriesgarse por ellos y a esconderlos en sus casas. Un día su amigo polaco tuvo la oportunidad de robar los documentos de identidad originales de una pareja polaca que había fallecido- Antoni Lewandowski y Halina Bielitzka- y a dichos documentos le pusieron las fotografías de Stefan y Hanna para que pudieran ir a la ciudad como polacos y conseguir un trabajo.

Stefan en todos esos años nunca olvidó la música ni su violín y ansiaba el momento de volver a sostener el instrumento en sus manos para interpretar el concierto Número 1 de Max Bruch, que era su favorito, sobre el cual solía decir que “el primer movimiento es una plegaria a D-os”. Sin embargo su violín lo tuvo que dejar en el gueto cuando huyó y una vez estando afuera, logró obtener otro violín que fue despreciado y abandonado por los alemanes cuando saquearon el taller de un viejo amigo al cual también asesinaron.

Los rasgos físicos de ambos –Hanna era una hermosa mujer rubia de ojos azules y parecía una mujer aria- y la excelente pronunciación del idioma polaco fue lo que les permitió arriesgarse de ir a trabajar a la ciudad.

Hanna encontró trabajo como asistente de un dentista mientras que Stefan empezó a tocar el violín, en diferentes iglesias locales obligándolo así a fingir devoción por la fe que adoptó junto con su nueva identidad. En una ocasión Stefan se involucró en una batalla en contra de los alemanes y durante la ofensiva fue gravemente herido por una granada que le provocó la pérdida de su ojo izquierdo. A pesar de este infortunio, la suerte estuvo nuevamente con él ya que esta herida le salvó su vida ya que lo obligo a retirarse de la batalla en la que el ejército alemán resultó victorioso y seguramente hubiera sido aniquilado.

Al término de la guerra, Stefan y Hanna regresaron a la casa de los padres de Hanna que ya habían fallecido y, a pesar de la guerra, el edificio estaba intacto. En la planta baja se encontraba una farmacia que pertenecía a su familia y en la planta alta estaba la casa.

Stefan y Hanna retomaron el negocio de la farmacia en lo que conseguían papeles para salir de Polonia ya que a pesar de la prosperidad económica, ya no querían vivir ahí. Stefan tenía hermanos en México que lo ayudaron a tramitar sus documentos para emigrar.

En abril de 1947 llegaron a México con un hijo en brazos, agradecidos por haber sobrevivido la guerra. Stefan trabajó inicialmente en una fábrica de pieles y por las tardes daba clases particulares de violín. Sin embargo su fama y talento lo precedía, por lo que fue invitado en varias ocasiones para tocar música en el programa de radio La Hora Judía y de sus presentaciones logró grabar varios discos de su música.

Pocos años después logro independizarse económicamente y esto le permitió dedicarse a su verdadera pasión: la música. Stefan fue conocido y reconocido por grandes músicos mundiales quienes venían a México para conocerlo y tocar junto con él. A pesar de que los escenarios ya estaban muy lejanos de su realidad, como amigos y de forma íntima recibió y reunió en su casa a grandes y talentosos músicos quiénes se sentían dichosos de compartir sus anécdotas y su cultura con la familia Prum. Stefan y Hanna lograron transmitir su pasión por la música a sus hijos.

Nuestros papás eran muy alegres, afirma Alberto su hijo, no tenían problemas en hablar del Holocausto y nos enseñaron que siempre hay que ver para adelante. En Instrumentos de la Esperanza nos sentimos honrados por tener dentro de nuestra colección de instrumentos, el violín que perteneció a Stefan y de transmitir su historia a través de él. Su violín es la voz que relata su historia y da honor a su legado.

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